Pedro Antonio de Alarcón El carbonero alcalde El 16 de febrero de 1810 el Ejército francés tomó Guadir. En poco tiempo el vencedor dio buena cuenta del ganado de la ciudad y de sus cercanías. Era necesario conseguir nuevas provisiones. Diez o doce columnas salieron en dirección al marquesado de Zenet, a Gor, a los montes y a los pueblos situados en la falda septentrional de Sierra Nevada. Era el día 15 de abril del mencionado año de 1810. La villa de Lapeza ofrecía un espectáculo tan risible como admirable, tan grotesco como imponente, tan ridículo como aterrador. Hallábanse cortadas todas sus avenidas por una muralla de troncos de encina y de otros árboles gigantescos, que la población en masa bajaba del monte vecino, y con los que formaba pilas no muy fáciles de superar. Como la mayor parte de aquel vecindario se compone de carboneros, y el resto de leñadores y pastores, la operación indicada se llevaba a cabo con inteligencia y celeridad verdaderamente asombrosas. Aquel recio muro de madera formaba una especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y encima de esta torre habían colocado los lapeceños (¡asómbrense ustedes!) cierto formidable cañón fabricado por ellos mismos, y del que ha quedado imperecedera memoria; el cual consistía en un colosal tronco de encina ahuecado al fuego, ceñido de recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no sé cuántas libras de pólvora y con una infinidad de balas, piedras, pedazos de hierro viejo y otros proyectiles por el estilo... Contábase además con todas las armas blancas y negras del pueblo y del monte, resultando disponibles unas doce escopetas, más de veinte bocachas y trabucos, un cuchillo, puñal o navaja por persona, tres o cuatro docenas de hachas de hacer leña, algunos pistolones de chispa, inme~os montones de piedras de respetable calibre, todas las hondas necesarias para hacerlas volar y una verdadera selva de garrotes y porras de variados gustos.